Hace algún tiempo cuando era preparatoriana en una clase que en realidad no recuerdo la materia, creo pero con temor a equivocarme que era una de esas materias de contabilidad (estaba en esa especialidad), la maestra propuso una especie de juego: ella aventaba una bola de unicel al azar y la persona que la tuviera podía hacer una pregunta a cualquiera que participase en el juego. Empezamos el juego.
No tengo recuerdos demasiado exactos de ese día, porque bueno en realidad era uno cualquiera; no es uno de esos días en los que recuerdo absolutamente todo las facciones de las personas, los sonidos, las imágenes, los aromas, las emociones... Quizá ni siquiera estuviese prestando entonces la atención necesaria a esa actividad, lo más probable es que estuviera haciendo bromas con Verónica acerca de alguna tontería. Inadvertidamente un compañero tenía la bola de unicel entre sus manos y quería hacerme la pregunta que le correspondía.
Lo miré estudiándolo, no sabía que clase de pregunta se le ocurriría hacerme. Hasta que abrió la boca y expulsó la pregunta directo hacia mi: ¿Qué tipo de hombres te gustan? Quizá no sea difícil contestar esta pregunta; (ya sabes; me gustan los hombres altos, cabellos oscuros, bonita sonrisa, y me muero si además de lo anterior tiene los ojos verdes) pero yo no quería darle una respuesta superficial, y en realidad, era quizá la primera vez que lo pensaba detenidamente... Después de unos instantes, escuché apenas consciente las palabras que iba pronunciando: me gustan los hombres inteligentes, dije.
Cuando me di cuenta de lo que había dicho fue una revelación no sólo para la clase, sino también para mí; es algo en lo que aún hoy sigo convencida.