Si pudiera leer alguna de esas complicadas frases que escribe en francés,
jugando con sentidos y texturas, con el humor y los actos cotidianos.
A veces habla de la lluvia o flores, o de construcciones
y cuerpos libres danzando.
A veces juega con su sonrisa, y yo quisiera tomarle alguna foto;
ponerla en la repisa y encontrar el sonido que le acompaña en mis pensamientos.
Movimientos lentos y una taza de café.
Un sabor amargo y caliente.
Y su boca se abre, y la miel se escurre; unos ojos observan
¿Cómo podría desviarme? Soy la abeja, o quizás sea la mosca
no sé si le corrompo o le atesoro;
pero soy feliz si puedo estar ahí.
Viaja prometiendo regresos, y se encuentra con montañas
y cielos, y yo espero impaciente mientras cruza alguna calle o toma algún tren
y me pregunto si va a volver.
A veces se sirve en el vaso vino y prueba unos labios que no son míos,
me dice que es la soledad y yo le digo: venga que sabemos ya que te vas a marchar
que en realidad ya lo has hecho.
Se disgusta,
toma una pluma y maldice en su idioma, a su manera.
¿Querrá siquiera en el futuro hablar? O por lo menos no fingir que me agrada
comer calabazas con queso, o que me bese la mejilla.
Complicado sí, un poco.
Pero sin embargos ni ataques de dudas, es el cauce del río cuando lleva agua;
pasa siempre dónde le dictan las pendientes
o el corazón.