viernes, 30 de noviembre de 2012

martes, 13 de noviembre de 2012

Así fue

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Al final, no entendí muy bien 
cómo era que habíamos terminado ahí;
estábamos en su habitación bebiendo, 
compartiendo el espacio y el tiempo.

Mis ojos se encontraron con los suyos
un par de brillantes esmeraldas, 
prometedoras de sueños futuros
prometedoras de olvido cercano.

Sus labios curvándose en sonrisa
y su voz respondiendo a la mía, 
por un momento fue extraño;
como si él hablase con alguien más.

Mis zapatos de tacón 
desabrochados sobre la alfombra, 
mis piernas envueltas en medias color negro 
mi pecho desnudo y frío. 

Las luces flotaban abajo en la ciudad
estaba descubriendo algo de él, 
 el tiempo ya carecía de sentido
porque estábamos llenos de ignorancia.


Lo que queda de los viajes escolares...

lunes, 5 de noviembre de 2012

Heaven

El cielo, el infierno, cosas que ya no me creo.

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La Creación, Miguel Angel Buonarotti.

Hace tiempo que dejé de creer en el cielo o el infierno, tal y como lo describe la iglesia católica. 
Los primeros años tuve una educación religiosa si no rigurosa, sí algo constante (iba a catecismo al menos dos veces a la semana, y los domingos sin falta a misa); pero ésta se vio interrumpida por varias razones.

En esos primeros años me imaginaba un cielo bastante simple; no había rastros de personas 
(y misteriosamente tampoco había rastro de algún Dios) había un lago rodeado de plantas del tipo verde feliz y miles de coloridas flores, un cielo claro con nubes blancas y una bola de algodón corriendo en el verde. 

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Al más puro estilo de La Novicia Rebelde.

Eso era el cielo. Y la bola de algodón mi samoyedo.

Ahora pienso que eso de los cultos religiosos no deberían ser inculcados a los niños desde pequeños, ellos deberían poder tener libre albedrío respecto a eso. No digo que no se les eduque; al contrario, me parece genial que se les muestren los diferentes tipos de religiones que hay, en qué consisten sus creencias y cultos para que si es su verdadera voluntad éste adopte la que más le satisfaga.

Personalmente, no creo en la iglesia, no creo en Dios, no creo en una vida "en el más allá", y ciertamente tampoco creo en el cielo. Uff ¡soy una incrédula! No, en realidad creo que moriré. Y morir ciertamente en algunos momentos me da bastante terror (en los cuales respiro pausadamente hasta que puedo hacer las paces con la vida de nuevo); creo que la base en la que se fundamentan muchas de las religiones es ese terror, se refugian en la negación de la misma así que se inventan cosas como el cielo y la resurrección.  Aunque admito que sería bastante divertido poder resucitar y ser vampiro para vivir enamorada de la noche y beber sangre tibia de humanos, y quizás algún día toparme con Louis Pointe du Lac sólo para saborear cada letra de su nombre: Louis.

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"The statue seemed to move, but didn't. The world had changed, yet stayed the same. I was a newborn vampire weeping at the beauty of the night".

En cierta manera vivir pensando (o siendo consiente de) que no habrá un cielo o una resurrección, o algún castigo divino esperando te hace vivir más plenamente, no hay promesas de un mundo feliz después de morir, sino el descubrimiento y apreciación de la felicidad en la vida misma, un mejor entendimiento de los errores (y creo que también podría haber un arrepentimiento más sincero, aquí no hay un sujeto que te perdona sólo porque si) porque obviamente en la vida no todo es miel sobre hojuelas...


Life isn't fair.

sábado, 3 de noviembre de 2012

El conjuro

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Danae, Gustav Klimt.

Su nombre sigue siendo un conjuro sobre el papel que se baña en tinta;
las letras se convierten en recuerdos, y los recuerdos en algo más:
añoranza.

Sólo entonces las formas curvas y rectas que se trazan con la pluma
toman un significado; toman la forma de un rostro, de una voz,
de algún perfume.

Y la voz melodiosa que invoca al hombre en las noches, en los días,
en la felicidad, en la tristeza y quizás más aún en la soledad;
implora dentro de mí.

Su tono bajo, apenas perceptible entre los sonidos naturales
se incrementa en mi interior; dónde sus letras son más que gritos,
llamándolo, siempre llamándolo.



Su nombre descansando en mis labios.